miércoles, 16 de noviembre de 2016

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS: Premio Nacional de Narrativa 2016.


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La escritora Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) ha logrado el premio Nacional de Literatura en la modalidad de Narrativa con la obra La habitación de Nona, Tusquets. El jurado del galardón, dotado con 20.000 euros y concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, ha destacado «la madurez de una obra que representa la excelencia del relato breve». Según el veredicto, Fernández Cubas «mezcla con maestría lo cotidiano y lo fantástico, alcanzando la esencia y la vitalidad propias de lo mejor de este género literario». Sus relatos configuran uno de los universos literarios más singulares de la literatura contemporánea, un espacio donde lo inesperado y lo cotidiano, lo inexplicable y lo real, se entrelazan para ofrecer una insólita visión de la experiencia humana.




 "La habitación de nona" (fragmento):
Resultado de imagen de la habitación de nona A veces pienso, mientras la oigo reír al otro lado de la pared, que en el fondo su vida resulta envidiable. Yo no río como ella ni me lo paso tan bien en mi cuarto. Pero hay más. La otra noche estuve más rato de lo habitual con el oído pegado a la pared y descubrí algo. Nona hablaba, pero no estaba sola. Escuché con mayor atención que nunca y, aunque no pude entender lo que decían, sí distinguí varias voces y distintas formas de reír. Muchas risas. Por un momento pensé que Nona era una gran actriz y sabía cómo imitar voces ajenas. Después ya no pensé nada, me dormí. Al día siguiente, sin embargo, nada más despertarme recordé lo que había descubierto. Y encontré una explicación satisfactoria. Nona no tenía un amigo imaginario; ¡tenía un grupo! Sí, Nona tenía una pandilla con la que se lo pasaba en grande y de ahí que no me necesitara para nada. Ni a mí ni a nadie. Pensaba contárselo a mamá, pero no me dio tiempo. Aquella mañana era domingo y, como muchos domingos, fuimos a visitar a unos tíos que viven en el campo. Tomamos el sol y nos bañamos en la piscina. Pero fue precisamente allí, en la piscina, cuando empecé a asustarme. Porque ya todos estábamos secándonos con las toallas y en el agua sólo quedaba Nona. Y Nona reía. Salpicaba a sus amigos imaginarios, se sumergía, gritaba que la dejaran en paz, y reía, reía y reía. Sin embargo, aquel domingo, reparé en algo extraño. O más que extraño, imposible. El agua se agitaba por igual a lo largo y ancho de la piscina, como si de verdad estuviera llena de gente. Y por si fuera poco —y ahí sí me asusté del todo— Nona, que no dejaba de gritar y reír, emergió de pronto de la superficie cuan larga era. «¡Brgggutos!», gritó riendo, «¡Sois unos brggggutos!» Su aparición no duró más que unos segundos; enseguida perdió el equilibrio y cayó pesadamente al agua. Pero yo comprendí al instante que aquella proeza no la había podido realizar ella sola. Y fue como si viera un montón de brazos y manos alzando a mi hermana por los pies. Brazos, manos y pies que, acabada la broma, chapoteaban de nuevo en todas las direcciones posibles. «¡Existen!», me dije consternada. «¡Sus amigos existen de verdad!»


"El ángulo del horror" (fragmento):
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Hacía ya un par de semanas que Carlos había regresado de su primer viaje de estudios. El dia 2 de septiembre, la fecha que ella había coloreado de rojo en el calendario de su cuarto y que ahora le parecía cada vez más lejana e imposible,  le recordaba al pie de la escalerilla del jumbo de la British Airways, agitando sus brazos , y se veía a sí misma, admirada de que a los dieciocho años se pudiera crecer aún, saltando con entusiasmo en la terraza del aeropuerto, devolviéndole besos y saludos, abriéndose camino aempujones para darle la bienvenida en el vestíbulo. Carlos había regresado. Un poco más delgado, bastante más alto y ostensiblemente pálido. Pero Julia le encontró más guapo aún que a su partida y prestó atención a los comentarios de su madre acerca de la deficiente alimentación de los inglesses o las excelencias incomparables del clima mediterráneo. Tampoco al subir al coche, cuando su hermano se mostró encantado ante la perspectiva de disfrutar unas cuantas semanas en la casa de la playa  y su padre le asaeteó a inocentes preguntas sobre las rubias jovencitas de Brighton, Julia rió las ocurrencias de la familia. Se hallaba demasiado emocionada y su cabeza bullía de planes y proyectos. Al día siguiente, cuando sus padres dejaran de preguntar y avasallar, ella y Carlos se contarían en secreto las incidencias del verano, en el tejado como siempre, con los pies oscilantes en el extremo del alero, como cuando eran pequeños y Carlos le enseñaba a dibujar y ella le mostraba su colección de cromos. Al llegar al jardín, Marta les salió al encuentro dando saltos y Julia se admiró por segunda vez de lo mucho que había crecido su hermano. "A los dieciocho", pensó. "¡Qué absurdo!". Pero no pronunció palabra. Carlos se había quedado ensimismado contemplando la fachada de la casa como si la viera por vez primera. Tenía la cabeza ladeada hacia la derecha, el ceño fruncido, los labios contraídos en un extraño rictus que Julia no supo interpretar. Permaneció unos instantes inmóvil, mirando hacia el frente con ojos de hipnotizado, ajeno a los movimientos de la familia, al trajín de las maletas, a la proximidad de la propia Julia. Después, sin modificar apenas su postura,  apoyó su cabeza en el hombro izquierdo, sus ojos reflejaron estupor, el extraño rictus de la boca dejó paso a una inequívoca expresión de lasitud y abatimiento, se pasó la mano por la frente y, concentrando la vista en el suelo, cruzó cabizbajo el empedrado camino del jardín. 




PARA SABER MÁS: 



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